Victoria de Andrés Fernández Publicado: 25 julio 2024 17:56 -03
Bienestar va más allá del simple placer. Mientras que el placer sería el disfrute de algo relacionado con el éxtasis o la euforia puntual (es decir, es una sensación inmediata), el bienestar es algo más profundo, es un estado de agrado más “consolidado”, armonioso y sosegado y que trasciende lo puramente sensorial. Y se debe a que, mientras el placer se relaciona más con lo experimentado, el bienestar implica aspectos más plurales como la salud, la virtud, el conocimiento o la satisfacción de los deseos.
Desde el punto de vista de la neurofisiología, se ha demostrado que la inmersión vertical en el agua genera efectos positivos de lo más interesantes. Para empezar, aumenta la velocidad de flujo de sangre que discurre por las arterias cerebrales medias y posteriores. Además, si la inmersión va acompañada de ejercicio de baja intensidad (como caminar en el agua), se consigue la misma velocidad del flujo sanguíneo cerebral que corriendo moderadamente fuera del agua. Menos esfuerzo para los mismos beneficios. Un chollo que justifica la buena prensa del aquagym.
Unido a este aumento del flujo circulatorio cerebral, los estímulos somatosensoriales que genera el aumento de la presión hidrostática producen un aumento de la actividad cerebral cortical, tanto en áreas motoras como sensoriales o parietales. Un chute para nuestro cerebro.
En tercer lugar, con tan solo sumergirse hasta los hombros se reduce el edema muscular y se aumenta el gasto cardíaco (sin incrementar el gasto de energía), lo que favorece el flujo sanguíneo generalizado y el transporte de nutrientes y desechos a través del cuerpo. Esta, que se traduce en la reducción drástica de la sensación de fatiga, es la razón por la que se recomienda una sesión de jacuzzi a los deportistas tras un ejercicio intenso.
El agua de mar, como bien sabemos, recibe aportaciones fluviales continuas de sales y minerales. Las fuentes hidrotermales submarinas y las erupciones volcánicas del fondo del mar contribuyen también a mantener elevada su concentración salina (con 35 g/kg de agua por término medio, de los cuales, el 80 % corresponden a cloruro sódico y, el resto, fundamentalmente, a cloruro, sulfato y bromuro de magnesio).
La consecuencia directa es doble. Por una parte, el agua salada es más densa que la dulce. Ello supone un mayor empuje y, consecuentemente, un menor esfuerzo muscular para mantenernos a flote. Dicho de otra forma, nadamos más relajadamente en el mar porque flotamos más.
Por otra parte, las sales se absorben a través de la piel. Eso supone una contribución muy importante a la inhibición de la interrupción de la barrera cutánea causada por agentes irritantes dérmicos, lo que acelera su recuperación y previene su sequedad. Este hecho es especialmente interesante en el tratamiento de enfermedades cutáneas como la dermatitis de contacto o la psoriasis y ha supuesto la consideración de los baños de mar como terapia adyuvante en el tratamiento de la dermatitis crónica.
Un agua de mar especialmente enriquecida con sales de magnesio, como la del mar Muerto, ha demostrado también una interesante acción antiinflamatoria.
Hemos visto que la inmersión en el agua es beneficiosa y que, además, el hecho de que el agua sea marina es especialmente aconsejable para la piel.
Pero no basta con aceptar la proposición de Ana Torroja en Hawaii, Bombay: el baño de mar es mucho más que meternos en una bañera a la que se han añadido sales.
El gran volumen de agua que se acumula en mares y océanos actúa como un regulador térmico importantísimo. La mayor capacidad calorífica de un medio denso (como el agua) en comparación con el aire funciona como tamponador de temperaturas, de forma que las zonas costeras son menos frías en invierno y menos calurosas en verano que zonas de similar localización geográfica pero del interior. Eso supone un continuo enfriamiento del aire caliente y el establecimiento de corrientes] que generan la reconfortante y fresca brisa marina.
La brisa, además, trae consigo una concentración muy elevada de aniones que penetran por la piel pero también por los pulmones. Sus efectos fisiológicos y psicológicos no son nada desdeñables: prevención de desórdenes neurhormonales, reducción de los efectos del estrés, acción antioxidante al aumentar los niveles de superóxidodimutasa e, incluso, mejora del acné.
Todavía podemos sumar más consecuencias beneficiosas, como el relax que nos suponen la intensidad del color azul o los efectos tranquilizadores y sedantes del maravilloso sonido del batir acompasado de las olas.
Hagan como yo y disfruten del mar porque, además, es gratis.